Nada más entrar un día a Netflix y ver en gigante el título de “Better Call Saul”, me sentí como un crío la mañana de Reyes. Para alguien que considera “Breaking Bad” como la mejor serie de todos los tiempos, la creación de un spin-off dentro del mismo universo con un personaje tan carismático como es Saul Goodman era, sin duda, el mejor regalo de cumpleaños del mundo. Sin embargo, algo dentro de mí se encontraba revuelto, intranquilo. Por mucho que profese mi fe hacia la obra original de Vince Gilligan, nunca he tenido problema en admitir que su primera temporada era, como mínimo, deplorable. Temía que “Better Call Saul” fuera por los mismos derroteros, o que no estuviera a la altura de las expectativas que yo mismo me había creado.
Al terminar la primera temporada, sentí una mezcla de alegría e insatisfacción. Mismo universo, personajes diferentes, una trama inicialmente mucho más interesante que su predecesor, pero le faltaba algo. Me considero una persona muy exigente con los productos que consumo, por lo que en mi vida hubiera aguantado siete capítulos intransigentes y superficiales si no se hubieran dejado entrever ciertos detalles de excelencia entre sus diálogos e ideas, como la escena de la tienda o la explosión en la oficina de Tuco.
Y hablando de personajes memorables, he de admitir otro de los grandes miedos que tenía con la serie del abogado más pícaro de todo Nuevo México: la pequeña, aunque lógica posibilidad, de que se tratara de una obra fanservice que sirviera más como extensión de “Breaking Bad” para sus seguidores, pero que no tuviera nada nuevo que aportar al medio, al universo o a la propia trama; algo que me demostró “El Camino” días posteriores. Las apariciones de Tuco Salamanca o Mike Ehrmantraut, al igual que posteriormente ocurre con Gustavo Fring, me suscitaron dudas sobre la naturaleza original de la serie, donde sentía que estaba viviendo más un cameo de figuras emblemáticas que una obra diferente; ya sea de forma independiente o complementaria.
No obstante, no tardé en descartar todos mis miedos. Si bien es cierto que las trama de Mike me resuelta innecesaria para el devenir de los acontecimientos que giran en torno a nuestro nuevo protagonista, Jimmy McGill, tiene cabida y justificación dentro de la serie. Lo que empieza pareciendo la historia de cómo Jimmy acaba convirtiéndose en Saul, resulta en realidad una pieza narrativa que, desde su primer capítulo muestra una estructura que entremezcla el spin-off, la precuela, la intercuela y la secuela, todo convergiendo en una misma serie.
Si con “Breaking Bad” hablábamos de la involución
moral de su personaje principal, Walter White, “Better Call Saul” opta por
contraponer estas decisiones sin una victoria clara entre el bien y el mal,
donde Jimmy, en lugar de recoger el testigo de Walter, se comporta más como un
sujeto pasivo a las situaciones que se le presentan, y donde siempre hay cabida
para un discurso limitante sobre la ética de sus actos. En resumen: “Better
Call Saul” no solo habla de manera mucho más directa y concreta de los límites
morales de sus personajes, desde un enfoque diferente al utilizado en “Breaking
Bad”; también trata cuestiones acerca de la naturaleza intrínseca de las
personas y qué ocurre cuando intentas renegar de quién eres en realidad. Por
tanto, la serie se convierte en un proceso de investigación externa por parte
del espectador, que va descubriendo a un ritmo desacelerado (sello distintivo
de Vince Gilligan) las verdaderas y oscuras intenciones de nuestros personajes,
por medio de situaciones límite y flashbacks que abren, cada vez más, la puerta
situada en el lugar más recóndito de sus consciencias.
Comenzando con Mike, nos encontramos con un personaje muy familiar a lo que estamos acostumbrados los que venimos con conocimiento de causa sobre el universo creado por Gilligan, y no porque le conozcamos de la anterior entrega, sino por su inquietante similitud con Walter White. Y no, no estoy hablando de su alopecia o de su tono pasivo-agresivo. Tanto Mike como Walter tienen un objetivo común: amasar una cantidad de dinero suficientemente grande como para que su familia pueda vivir cómodamente cuando ellos no estén. Para ello, ambos aceptan responsabilidades y trabajos con los que inicialmente no están de acuerdo, ampliando sus “horizontes profesionales” paulatinamente, hasta convertirse en dos de los hombres más peligrosos de Nuevo México.
A pesar de este increíble parecido entre el protagonista de la serie original y uno de sus secundarios más queridos (parecido que, por supuesto, se realizó con conocimiento de causa), existe una gran diferencia entre ellos: Mike empezó desde mucho antes de vivir en Albuquerque. Cuando era policía en Filadelfia, aceptaba sobornos regularmente, al igual que muchos de sus compañeros. Con la entrada de su hijo Matt en el cuerpo, un policía con un impecable sentido del deber, la situación se complicó. El rechazo de Matt a la corrupción acabó por convertirle en víctima de sus compañeros, lo que destrozó a Mike por dentro y le hizo culparse a sí mismo por la muerte de su hijo, pues él formaba parte de ese grupo de corruptela.
Tras un ajuste de cuentas con sus dos asesinos, huye con su nuera y su nieta a Albuquerque, a empezar una nueva vida. Sus actos podían considerarse “justos”, y convertirse en el abuelo ideal y un trabajador ejemplar en el parking del juzgado era una buena forma de alejarse de todo aquello que una vez fue. Por desgracia, y como he comentado al principio del texto, no se puede renegar de lo que una vez fuiste, o de lo que nunca dejaste de ser. De esta forma, Mike acaba envuelto en trabajos ilegales de nuevo, primero como guardaespaldas, accediendo cada vez a encargos más desagradables, que el propio expolicía juró no aceptar nunca.
Mike utiliza a su nieta y a la esposa de su difunto hijo como excusas para volver a ese oscuro agujero del que pensaba que había escapado. Un bucle de violencia y dolor que no iba a terminar, pero que le perseguía allá adonde fuera. La muerte de la moralidad de nuestro amigable funcionario ocurre cuando tiene que asesinar a un arquitecto que trabaja para Fring. Un hombre bueno, que solo escapó un día de su trabajo para reunirse con su mujer a la que llevaba meses sin ver. Algo comprensible, pero que el despiadado jefe de los Pollos Hermanos no podía dejar pasar sin ver mermada su autoridad, lo que concluye en Mike disparando a dicho hombre, con el que había formado un vínculo estrecho durante el tiempo que había estado supervisando las obras.
En contraparte a Mike encontramos a Nacho. Un personaje que, inicialmente, se encuentra metido en el pozo más profundo del contrabando mexicano. A órdenes de la familia Salamanca, la más poderosa junto al reinado del hombre del pollo frito, Ignacio Vargas actuaba como currito de Tuco y Héctor, como cobrador de deudas y guardaespaldas. Aunque en realidad, Nacho no estaba contento con su situación. Su verdadero disfrute era trabajar en la tienda de tapicería junto a su padre, un hombre sencillo y de buen corazón que ansiaba una vida tranquila.
Cuando nuestro traficante adepto se dio cuenta de dónde se había metido, intentó asesinar a Tuco y a Héctor, dos déspotas que le obligaban a castigar físicamente a aquellos que pagaban menos de lo que debían, aunque fuera solo un contratiempo. La incomodidad de Nacho con su trabajo y sus compañeros se hacía cada vez más flagrante, una insatisfacción que se convirtió en miedo cuando su padre se vio amenazado por las familias del cártel. Así como Mike hacía (en parte) todo el trabajo por su nieta, él lo hacía por su padre, por lo que, al no encontrar luz al final del túnel, hizo jurar protección hacia su progenitor a cambio de actuar como chivo expiatorio y pegarse un tiro en la sien. La liberación de Nacho vino dada por la muerte, la única salida posible a esas alturas.
Si bien he mencionado ya a dos integrantes de la familia Salamanca, falta hablar del tercero en discordia. Lalo Salamanca, un hombre desquiciado y completamente enfermo de poder que defiende, incluso con su vida, los dos pilares sobre los que se cobija: su tío Héctor y su propio orgullo. Lalo es despiadado y está sediento de sangre; la moralidad no existe dentro de su vocabulario, pues ha abrazado su naturaleza perversa hasta llevarla al límite de sus actos. De nuevo, nos encontramos a un personaje que trata de defender a su familia a toda costa, pese a que eso le lleve a situaciones inmorales y enfermizas, de las que el propio Lalo se jacta. Hasta este punto, puede parecer que existe un patrón de comportamiento dentro de las figuras que conforman la serie, pero nada más lejos de la realidad. Para desmontar esa teoría llega Chuck McGill, el hombrecillo más temible de todo Nuevo México.
Chuck, el hermano de Jimmy, nuestro protagonista, se muestra en todo momento una persona indefensa. Tranquila, apacible, inofensiva. Un hombre con una patología alérgica a los campos electromagnéticos, dependiente de su hermano menor, que le cuida y quiere con devoción. Al principio de la serie, vemos cómo Chuck presiona a Jimmy de forma constante, algo que resulta comprensible, teniendo en cuenta el historial criminal de este; vemos estas reprimendas como una señal de preocupación e interés por parte de un familiar. Sin embargo, Charles McGill no es otra cosa que un psicótico. Un hombre que, poco a poco, va descubriendo su verdadera naturaleza. Desde que le internan en el hospital y su doctora prueba en secreto que el origen de su enfermedad es mental y no físico, la decadencia de Chuck va in crescendo.
El punto de inflexión moral en este personaje es cuando por fin libera sus ataduras y le dice a Jimmy, sin represión en sus palabras, que es un inútil y un delincuente. Que no merece más que lástima, y que su título de abogado es inmerecido. Unas palabras pronunciadas a sabiendas de que su hermano menor le lleva admirando toda la vida, y que el único motivo por el que acaba estudiando derecho es porque quería llegar a ser como él en algún momento. Pero a Chuck no le importa, no le duele. En su corazón solo se hallan su ego y su “sentido del deber”. Un concepto amplio, pero erróneo para él.
Cuando hablamos del sentido del deber, usualmente nos referimos a la capacidad o necesidad de hacer lo correcto. Este es un concepto muy amplio, y la noción de este varía según la persona que lo defina. No obstante, viniendo de la boca de un abogado ególatra, es fácil deducir que a lo que realmente se acoge Chuck no es otra cosa que la ley, esa base que cimienta sus principios. Pese a que el deber de su hermano podría ser, a juicio de muchos, proteger y apoyar a su hermano, la realidad es que su sentido retorcido de la justicia le lleva a tenderle trampas y provocaciones que lleven a Jimmy a perder su título de abogado, cosa que consigue durante un breve lapso. Sin embargo, acaba siendo Chuck el que cae derrotado en el juicio, cayendo en la trampa de su hermano menor que demuestra ante todo el tribunal la verdadera naturaleza de la enfermedad de su hermano, así como la ocultación deliberada de la misma hacia su exmujer. En un momento de desesperación, donde los dos estribos que sujetaban su vida, son mermados por la persona menos digna para él, se prende fuego en su propia casa. Al igual que Nacho, utiliza la muerte como salida, pero por motivos completamente contrarios.
Tras todos estos preámbulos en modo de análisis moral de los personajes secundarios que giran en torno a “Better Call Saul”, va tocando ahondar en las joyas de la corona. Para hablar de Saúl Goodman, primero hay que hablar de Jimmy McGill. Un chico que, desde su infancia, ha coqueteado con la maldad. El primer choque de realidad del pequeño James llega con la constante vista de su padre, el hombre más bondadoso de su ciudad natal, siendo extorsionado y timado por personas que se aprovechaban de su buen corazón. Desde ese momento, Jimmy comienza a desarrollar un odio innato hacia la bondad y todo lo que su padre representa, hasta el punto de comenzar a robarle como forma de castigarle por ser demasiado bueno para un mundo completamente podrido.
Este primer contacto con la ilegalidad lleva a Jimmy a convertirse en autor de innumerables fraudes junto a su amigo Marco, en parte como forma de recaudar fondos para vicios y supervivencia, pero también como forma de castigar a personas prepotentes y altivas. En realidad, nuestro protagonista se convierte en uno de ellos para ajusticiar al resto con sus propias armas.
Tras ser liberado de la cárcel por su entrañable hermano, Jimmy intenta dar un giro a su vida. Empieza a trabajar en HHM, el bufete de su hermano, como encargado del correo mientras estudia abogacía en secreto. Tras licenciarse, su solicitud para ascender a abogado del bufete es rechazado por uno de los socios, secretamente obligado por Chuck. A partir de ese momento, el rencor y odio por HHM y el hombrecillo que le niega la entrada, Howard, llevan a Jimmy a una vida decadente. Nuestro abogado favorito utiliza tácticas de provocación y juguetea con lo ilegal para vengarse y promocionarse, de manera que se convierte en un letrado carismático y elocuente que hace lo que sea con tal de ganar un caso: para él, el fin siempre justifica los medios.
Era de esperar que ese camino iba a llevarle a problemas. Tras un encontronazo poco amistoso con la familia Salamanca y la defensa de Nacho en un juicio, Jimmy empieza a adentrarse en un mundo que le supera. Así como Walter era un sujeto activo y tomaba sus propias decisiones, esta vez el protagonista de nuestra historia se trata de un personaje pasivo, al que le van llegando las oportunidades y actúa en consecuencia, que quizá toma la iniciativa a partir de ellas, pero nunca se define como autor independiente de nada de lo que le ocurre.
De esta manera, la pasión que conduce sus acciones le lleva a abrazar la realidad después del enfrentamiento con su hermano y su pareja, Kim: él es un hombre que solo rompe. No sabe ni puede arreglar nada. No puede ayudar. Solo sabe destruir. Consigue el trabajo soñado, no solo por él, sino por cualquiera de sus colegas de gremio, y aun así, se siente insatisfecho. Una vez es consciente de ello, decide actuar en consecuencia.
Es ahí cuando nace Saúl Goodman. El abogado que siempre quiso ser. Una persona que hace constantemente equilibrios en la cuerda floja de la legalidad y la moralidad, que representa a delincuentes y personas que no tienen a nadie de quien fiarse, y a quienes él puede ningunear sin problema. No, Jimmy no se arrepiente de su pasado, de su naturaleza pícara y mezquina que le ha llevado hasta donde está. La muerte de su hermano y el apoyo de su pareja le había permitido, por fin, ser quien era, sin agravantes, sin consecuencias. Cuando Mike le pregunta qué haría si tuviera una máquina del tiempo, él contesta que vendería la patente, haciendo visible el carácter que quiere asumir, el de una persona sin consciencia, miedo o remordimiento. Una persona que supere la inducida muerte de su propio hermano.
Asimismo, esta condición autodestructiva que le persigue allá por donde pasa, arrasa con la gente de la que se rodea. Kim acaba en múltiples problemas por su culpa; Saúl adquiere un comportamiento paternalista y prepotente, empieza a mirar a todos por encima del hombro y se convierte en todo aquello contra lo que siempre había luchado. No, Jimmy McGill no castigaba a los idiotas porque se lo merecieran, lo hacía por puro placer. Porque disfrutaba del sufrimiento ajeno, pero siempre hasta cierto punto.
Por ello, una vez pasados los acontecimientos de “Breaking Bad”, y pese a haber hallado un escondite perfecto donde nadie podía encontrarle, vuelve a delinquir. Delitos menores, sí, pero que dejan entrever su carácter natural, pese a que esto fuera por delante de sus intereses. Debido a su vuelta a las andadas, al final Saúl Goodman es encontrado y encarcelado. Consigue reducir su condena de cadena perpetua a tan solo siete años de prisión, eligiendo su estancia y, no contento con eso, enfadado como un crío por no haber conseguido que la policía accediera a llevarle helados a la cárcel. La ambición y codicia de Saúl son desmedidos, como un agujero negro de ego y mezquindad que recuerda inevitablemente a su difunto hermano. Una vez en el juicio, confiesa todos sus crímenes y accede a esa primera condena de vivir en la cárcel hasta sus últimos días, pues ya tenía lo único que quería: demostrarle a toda la sala, incluida su exmujer Kim, que Saúl Goodman siempre consigue lo que se propone. El Robin Hood más enfermizo y retorcido que ha conocido el estado de Nuevo México.
Y probablemente para muchos, la historia acabara aquí,
pero aún queda una pieza fundamental. La reina de corazones, Kimberly Wexler.
Kim comienza sus andaduras trabajando en el correo junto a Jimmy, lugar donde
se conocen. A diferencia de este, ella sí es aceptada en HHM al finalizar sus
estudios, y trabaja sin descanso para lograr un ascenso. Una mujer recatada,
profesional, educada y preparada para hacer su trabajo lo mejor posible.
Inspirada por un gran sentido del deber, a todas luces diferente a lo que Chuck
consideraba como tal, se convierte en un activo imprescindible para el bufete.
O al menos así debería ser, pues la actitud autodestructiva de Jimmy y su
guerra particular con el jefe de Kim acaba por alcanzarle a ella como daño
colateral en muchas ocasiones.
Pese a todas las caídas, la brillante abogada siempre consigue recomponerse, y se deja pisotear sin queja, pues sabe que siempre volverá a donde se merece por méritos propios. Incluso cuando es relegada al peor puesto de trabajo de la empresa, se esfuerza al máximo mientras busca un cliente que obligue a sus jefes a reconocerla como a una gran profesional. Unos principios que empiezan a desestabilizarse cuando comienza su relación sentimental con Jimmy, el cual, en plena crisis de identidad, introduce a Kim en el mundo de la estafa a prepotentes en bares de mala muerte. En ese momento, los demonios que ella tenía escondidos en lo más profundo de su corazón salen a relucir. Así como en el pasado había robado por su madre alcohólica, razón por la que rechaza todo tipo de comportamiento delictivo, ahora es arrastrada por Jimmy de vuelta a esa vorágine de pseudo delincuencia. O eso quieren hacernos creer.
La realidad es que Kim Wexler va mucho más allá de eso. El sentimiento latente de la maldad que Kim enterró en lo más profundo de su psique se reactiva al empezar a salir con Jimmy. No es que este la influenciara o “llevara por el mal camino”. No. Es ella la que en realidad renace como otra persona; alguien fría, calculadora, que disfruta del sufrimiento ajeno, pero que, a diferencia de su pareja, ella parece capaz de arreglar lo que rompe. Es ahí cuando Kim crea una disonancia de personalidad en su propia mente, donde la abogada recatada y en deuda con su bufete empieza a desdibujarse, con una personalidad retorcida y ruin intenta salir de sí a toda costa.
Tras lograr dejar atrás esa deuda moral que le corroe con HHM por costearle la carrera, y empezar a trabajar de manera independiente, comienza a ser consciente de su verdadera naturaleza. Reconoce en voz alta que disfruta de la ilegalidad, de la malversación y la manipulación, empieza a utilizar métodos propios de Jimmy para solventar sus propios casos, y erróneamente es identificada por su exjefe, Howard, como una marioneta de Jimmy. La realidad es mucho más desgarradora. Si bien Jimmy es un sujeto pasivo que aprovecha las oportunidades que se le presenta, ella las crea. El personaje de Kim es en realidad una simbiosis de Walter y Skyler White, que en seguida sobrepasa todos los límites que incluso el propio Jimmy se había autoimpuesto.
Aunque la posibilidad de arreglar sus destrozos, o por el contrario de crear daños menores, era un camino sencillo de tomar, la maldad innata de Kim se escapa entre sus dedos. Asume el control de su relación de pareja, creando un plan perfecto y macabro que les haga, tanto a ella como a Jimmy, suficientemente ricos, a costa de arruinarle la vida a Howard. Pero como este último dice, no es por dinero. Es por entretenimiento, por el disfrute que les produce ver sufrir a los demás. Tras la muerte de Howard por verse involucrados en negocios con el cártel y una situación completamente traumática para ambos, Kim decide renunciar a la abogacía. Antes de marcharse, le asegura a Jimmy que el motivo no es que él sea mala influencia para ella, sino que ambos lo son para el otro.
Así, en forma de camisa de fuerza, Kim recurre a una vida aburrida y plana en California, trabajando en una empresa de riego, con un marido al que no ama y en un vecindario rico rodeado de personas que no le caen bien. Elige una vida vacía para contrarrestar sus ganas de producir dolor; elige su infierno personal. Así, compartiendo un último cigarro entre Jimmy y Kim en la cárcel, se le pone el broche de oro a esa destructiva relación. Dos personas que no pueden estar juntas, pues solo alimentan los demonios ajenos. “Better Call Saul”, a diferencia de “Breaking Bad”, no trata del descenso hacia la maldad. De lo que realmente habla es de la consciencia de tu maldad intrínseca y del coste de la felicidad de las personas moralmente grises.
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